Según la RAE hablamos de desarraigo cuando se separa a alguien del lugar o medio donde se ha criado cortando los vínculos afectivos que hay con ellos.
Probablemente habrá personas o familias que buscan por alguna razón esta adaptación drástica a un nuevo sitio. Pero están los otros casos, esos que se radican en lugares foráneos por la experiencia, por mejorar su situación económica, por persecuciones políticas, por seguir a algún familiar que ya probó en tierra extranjera y tuvo éxito, por la búsqueda de mejores oportunidades, etc. En estos casos, resulta sumamente complejo el equilibrio entre adaptarse a las costumbres y normas del nuevo ambiente, y sostener las raíces propias.
Miles de ejemplos públicos tenemos al alcance de la mano, de Messi y los jugadores de fútbol en general radicados en Europa, a los miles de venezolanos, paraguayos y bolivianos con residencia fija en Argentina.
El balance entre incorporar costumbres y hábitos nuevos; y sostener y perpetuar tradiciones propias, suele ser difícil de alcanzar. Para esto no hay receta universal porque según el país, se encontrarán más o menos similitudes con nuestras raíces.
Ir reconociendo aquello que nos produce nostalgia o nos entristece, puede ser la clave para intentar conectar de alguna manera con lo viejo, mientras se incorpora lo nuevo. Decimos desarraigo no, porque en general se busca incorporar, mutar, cambiar, sumar y no descartar o desechar. Como seres humanos somos lo que vivimos actualmente, pero también lo que experimentamos hasta que dejamos nuestra tierra. ¿A vos te pasó? ¿Alguien que querés sufre o sufrió la emigración? Consultar sobre estas y otras angustias, abre las puertas al autoconocimiento y permite vehiculizar una posible solución al problema.
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